lunes, 23 de julio de 2007

Fotografía: noche de tormentos


En este santiamén no hay ciertos objetos por los que haría cualquier mandato con tal de obtenerlos, menos el de retirarme del balcón sexto para cumplir los desconocidos mandados. Por una videocámara, un cigarro y por ti.
Podría hasta morir ahogada en el agua salada e inmensa que se encuentra postrada ante mis ojos o simplemente yo me encuentro frente a éste pedazo de mar abierto que ahora nombro como Goliat. Lo que veo no sólo es a Goliat, es el cielo que acontece día a día.
El cielo está blanco, blanco como aquella metáfora demagoga de los romántico folcloristas: dientes aperlados de poros plateados pero me gustaría más verlo como una serie de caras sin ojos, nariz y boca que desaparecen en segundos para en otros segundos posteriores volver a salir en otro lado y mientras lo hacen el aura es un destello todavía mas blanquesino que abarca todo el demás terciopelo negro de la noche común. ¿Qué estarías diciéndome durante este fenómeno apasionante?Lo pregunto porque tú tienes aún más que decir. ¿Sabés? Hoy Lucas me dijo "No somos nada" mientras miraba a un pulpo, yo lo digo ahora y miro la casa del pulpo y el origen de éstas canas eléctricas. No somos nada porque no somos parte de esta tormenta que si bien quisiera podría devorarnos; se avecina y ya está aquí. La admiración de la naturaleza puede tragarme ya. Si fuera algo más que nada pediría realizar erl deseo ficticio de volar hasta aquella roca aislada que pretende verse muy cerca de la costa, pero no lo ésta, volar de éste balcón hacia allá, sin tener que usar elevador. O al menos volar a la indefensa arena y de ahí caminar entre el agua turbia hasta llegar a la roca. No nadar, no. Sólo tocar el mar y que el nos lleve o llevárnoslo a él hacia el origen del rayo, hacia las rocas que se verán lejanas al amanecer, víctimas del aterrizaje de las canas eléctricas y de ahí nadie sabe que pasó con ellas.
Mi pasión tiene miedo al mirar las canas demasiado altas como para causar algún daño y yo demasiado pequeña para entenderlas. Imaginé ser una. No me molestaría ser una de tantas, de todos modos me tocaría mi turno de mostrar la cara blanca y ruidosa, igual pero diferente a la de un mimo; navegar arriba del mar, maquillándolo de un cabaret misterioso y amenazante, de un negro que sabemos no existe. El viento es mediador y sin él el rayo sólo mataría. Recapacito, no temo a la tormenta, ni a convertirme, que no pasará, en un rayo incandescente (como el blanco siempre debió de lucir), ahora estando tan cerca y sola con el mar y su apariencia engañosa invitándonos a una mala muerte también me doy cuenta de que nacen unos ruidos virtuosísimos dignos de la furia: el choque de las olas, y otra vez, si no fuera por el viento que se torna indisciplinado, las olas y su arribo a tierra costera no anunciarían su bienvenida.
¿Porqué no venden este tipo de recuerdos a los turistas de las playas? ¿éstas caras puras blancas? ¿ Cómo puedo llevarme conmigo, así de vivo y directo, el instinto estrendoroso del trueno? ¿ Cómo atar mi miedo? Si yo fuera el mar, el golpe de las olas...si fuera ola mi dirección fuera desubicada y perturbada. Si fuera viento... o simplemente luchar contra todo esto si sólo fuera el mismo humano aventurándose al interior profundo del erario.
Bien podría darle a la tormenta un papel secundaria yéndome inmediatamente a escribir sobre el transcurso de una vida dentro de la recàmara, mientras una tormenta se anuncia fuera del hotel con sus voces sin lenguaje. Pero no lo haré, ésta noche tormentosa en la playa es mejor que tomar el Sol en ella.

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